Las bases más importantes para encaminar una teoría feminista yucateca en 2019

Tal parece ser que existiera una guerra en contra de las mujeres no solo en Yucatán o México, sino en todo el mundo. Si nosotras no la comenzamos, ni tampoco la promovemos ¿por qué nos sigue afectando? Me parece que lo primordial es analizar cuáles son los asuntos más urgentes de esta problemática y segundo llegar a la raíz de las causas.

Comencemos por las muertes violentas de mujeres, de acuerdo al portal Yucatán Feminicida, se definen de la siguiente manera:
Las muertes violentas de mujeres comprenden asesinatos, suicidios y muertes accidentales que ocurren en contextos en los que podrían existir razones de género que los motivan. Por ejemplo, existe evidencia de acuerdo a la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH) 2011, de que algunas mujeres han pensado e incluso intentado suicidarse a causa de la violencia que viven por parte de sus parejas. Así mismo, se ha documentado casos de feminicidio en los que el agresor simuló una escena de suicidio para evitar la justicia.*1

¿Cómo llegamos a este nivel de violencia tan extremo? La realidad es que es no es una situación nueva, la violencia de género siempre ha existido, pero no se consideraba un tema importante para la sociedad ni una prioridad política, han pasado apenas unos pocos años desde que se han podido dar pasos contundentes para visibilizar la situación desde todos sus ángulos y tratarla con la seriedad que amerita. Cuando las mujeres comenzaron a reunirse para hablar de sus situaciones cotidianas de vida y expresar sus inconformidades al respecto se dieron cuenta de una serie de injusticias que se cometían en contra de todas ellas simultáneamente y con la secrecía que las costumbres sociales dictaban, “la ropa sucia se lava en casa” decían. La labor doméstica no se considera un trabajo importante por lo que no se otorga ningún tipo de remuneración económica y a demás se considera parte de las obligaciones de una mujer por el simple hecho de nacer mujer, una forma de esclavitud moderna de lo más común. Expusieron también las agresiones perpetradas por sus parejas, lo que parecían testimonios individuales privados, se transformaban en una situación de impacto social, de carácter público, lo personal se convirtió en político. 

En 1979, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) fue el primer organismo internacional que detectó y reprobó la gravedad de la violencia contra las mujeres y reconoció explícitamente que esta situación en el entorno familiar es el crimen encubierto más frecuente en el mundo, y aprobó en 1980 la Convención para Erradicar la Discriminación Contra la Mujer.*2

El feminismo está haciendo una importante lucha todos los días, uniendo las piezas de este gran rompecabezas en la búsqueda de una verdad que nos ha sido arrebatada durante toda la historia de la humanidad, y cuyas consecuencias repercuten negativamente en todos los aspectos de la vida de las mujeres (físico, emocional, social, cultural, político, económico).

Mi nombre es Rosaura Luna, nací en la Ciudad de México y crecí en el centro del país hasta mis 16 años, edad en la que me mudé a vivir a Mérida, Yucatán con mi familia, la principal causa por la que llegamos a vivir aquí fue la inseguridad que se vivía en la CDMX, ya habíamos sido blanco de eventos delictivos graves y no queríamos seguir expuestos, así que nos mudamos a la ahora nombrada “Ciudad de la Paz”. 
No podría decir el momento exacto en el que comencé a asumirme como feminista, estuve de acuerdo con la definición general que exige y promueve la “igualdad entre hombres y mujeres” desde la primera vez que la escuché, durante la búsqueda de mi propia identidad nunca me sentí conforme con el rol que me tocaba como “mujer”, he tratado de ser lo más auténtica posible, lo más honesta conmigo misma por más problemas que eso me trajera, pues a la sociedad le parece suficiente justificación el hecho de que una mujer se salga de su rol de género para decir que se merece la violencia que ejercen en su contra.

Podría dar cientos de ejemplos de las ocasiones en las que he atravesado por situaciones de violencia sexual a lo largo de mi vida, en espacios públicos y privados, pero lo que verdaderamente me interesa es exponer episodios específicos de violencias sexuales que me ubicaron apenas unos escalones arriba de lo que habría sido el final de mi vida por causa de una muerte violenta. Si bien no somos responsables de las acciones de otros y no tenemos el control absoluto sobre nuestro contexto, sí podemos tener un impacto importante en él conociéndolo de la manera más integral posible y haciéndonos responsables de nosotros mismos, procurando congruencia entre nuestros pensamientos, palabras y acciones.


La Organización Mundial de la Salud (OMS) define la violencia sexual como: “todo acto sexual, la tentativa de consumar un acto sexual, los comentarios o insinuaciones sexuales no deseados, o las acciones para comercializar o utilizar de cualquier otro modo la sexualidad de una persona mediante coacción por otra persona, independientemente de la relación de esta con la víctima, en cualquier ámbito, incluidos el hogar y el lugar de trabajo” *3

Si bien esta no es la primera vez que pasé por una situación de violencia sexual, sí fue el evento que tuvo más impacto sobre mi percepción de la sociedad, un evento que me generó uno de los traumas más poderosos y determinantes para mis posteriores comportamientos. A mis 12 años un señor arrimaba su cuerpo contra el mío en el metro de la Ciudad de México, yo no entendía lo que estaba pasando, cuando salimos del vagón el tipo esperó a que la persona que me cuidaba me perdiera de vista, me acorraló contra la pared, metió su mano detrás de mi mochila y me agarró la nalga. Me sentí muy asqueada, no entendía por qué había pasado esto, nadie me había advertido sobre este tipo de situaciones, ni me había defendido. Entendía lo que era una violación coital, me habían educado para estar alerta ante los tocamientos, los cuales se podían llegar a dar en los espacios privados, se supone que yo iba a ser capaz de identificarlos con la intuición, nadie me advirtió que el transporte público era uno de los lugares en los que más se da la violencia sexual contra las mujeres, la gente me aseguraba que los violadores eran tipos “raros”, señores “enfermos” o les decían “monstruos”, el tipo que me tocó era joven y no tenía apariencia de estar enfermo, se veía normal como cualquier otro. A demás de asco, sentí una enorme traición, desconfianza, impotencia, enojo, vergüenza, me sentía de lo más pequeña e indefensa, se despertó un miedo intenso que invadió mis pesadillas por años, el miedo a los fantasmas se transformó en miedo a los hombres.


Al llegar a vivir a Mérida los acosos sexuales aumentaron muchísimo, lejos de responder a esta imagen que se vende de ser la ciudad más segura del país, ahora el miedo de ser asaltada fue sustituido por el horror a que se repitieran episodios de violencia sexual, yo no se ustedes pero desde mi punto de vista la dignidad, el respeto y la libertad tienen muchísimo más valor que los objetos materiales, la seguridad que Mérida presume no procura a las personas, sino al capital. Y como este no es un mundo justo ni una historia de hadas, podrán imaginarse que claro que se repitieron episodios tantas veces que perdí la cuenta, en bares ocurrió un par de veces, pero en el transporte público me ocurría con mucha frecuencia, cuando asistía a la universidad hubo una temporada en la que pasaba por acosos por lo menos una vez por semana. Aprendí a no sentarme del lado de la ventana en el camión para evitar que los hombres me acorralaran, ocurrió en varias ocasiones y nunca supe cómo reaccionar o qué hacer al respecto, ya que esto no es fácil de evitar por medios legales, la fuerza física no es uno de mis mejores atributos y no soy una persona que reaccione con violencia ante las situaciones de peligro de manera natural, la violencia la tuve que aprender a incorporar en mis comportamientos cotidianos para defenderme, estar alerta del peligro todo el tiempo es de lo más cansado y desgastante, pero es un precio que iba a tener que pagar si quería moverme con libertad en los espacios públicos. Les parecería sorprendente la cantidad de personas que cuando les expliqué mi situación me recomendaron “ignorar” al agresor o me culparon con argumentos absurdos; el acuerdo social es tal que terminé creyéndoles y resignándome ante una realidad que oprime, actualmente trato de no sentarme ni si quiera cerca de un hombre.

En relación con el espacio comunitario, de la ENDIREH 2011 (Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares) se desprende que en el ámbito nacional 31.8% de las mujeres de 15 y más años han sido víctimas de alguna agresión pública (aunque no sea en forma cotidiana), que pueden ir desde insultos hasta violaciones; de estas mujeres, 86.5% sufrieron intimidación, 38.3 fueron víctimas de abuso sexual y 8.7% violentadas físicamente.
En Yucatán los resultados de la encuesta muestran que de las 750 944 mujeres de 15 y más años, 217 983 respondieron que han padecido algún incidente de violencia en el ámbito comunitario y representan 29.1% del total de la población femenina de ese grupo de edad, cifra menor en 2.7 puntos porcentuales al promedio nacional.*4
El último novio que tuve (al que nos referiremos como “Raúl” para no mencionar su nombre real) no me creía respecto a esta situación, decía que yo debía estar haciendo algo para que se me acercaran hombres con tanta regularidad. En retrospectiva solo me dan muchas ganas de abrazar a la Rosaura de 23 años y decirle que la quiero mucho.
Es algo casi seguro que cuando una relación comienza mal, termina mal, no me siento orgullosa de esto pero cuando comencé a salir con Raúl él aún tenía novia, tuve amigos cercanos que me advirtieron no entrar a una relación así, primero porque decían que “me merecía algo mejor” y en segunda porque se estaba lastimando a una tercera persona, lo cual no es justo.
En mi entendimiento del mundo era lógico estar adaptada a la violencia de los comportamientos masculinos, ellos son agresivos y hay un acuerdo social que le da menor reputación a quienes no están dispuestos a participar en estas dinámicas de jerarquía de poder, como si faltaran a la lealtad que se deben los grupos de hombres, grupos a los que aprendí a adaptarme al grado de conformar mis círculos de amistad más cercanos hasta apenas hace un año aproximadamente. Adaptarse a las dinámicas sociales masculinas es adaptarse al funcionamiento social general, al más importante y más poderoso, podemos ver esta realidad reflejada en los grandes grupos de poder: los banqueros, los políticos, el ejército, los médicos, los científicos, los artistas, etcétera. La historia entera se centra en los hombres, como si ellos fueran naturalmente superiores a las mujeres. Estudié Artes Visuales y dentro de nuestras clases de Historia se mencionaba solo a un porcentaje mínimo de mujeres (10% aproximadamente), así que para mi lo más lógico era mantenerme cerca de los círculos masculinos en los que viera un potencial talento, entenderlos, adaptarme, aceptarlos e incluso llegué a desarrollarles mucho amor y admiración. Una mujer que hace esto es altamente aceptada y apreciada por estos grupos, pero jamás tendrá el mismo respeto, lealtad y fraternidad que existe entre ellos.
Con Raúl todo era sobre explorar los límites, romper las reglas, viajar fuera de nuestros límites geográficos cotidianos, probar cosas nuevas, era divertido y éramos como un equipo que se respalda sin importar nada, él estaba mucho más enamorado de mi que yo de él y creo que eso era de lo que más le causaba inseguridad. Me pidió que fuéramos novios y la verdad yo no quería, porque el noviazgo es un acuerdo social con reglas que tienen límites muy delgados que pueden pasarse con facilidad y convertirse en imposiciones arbitrarias que no tienen nada que ver con el amor.
Cuando le pregunté que para qué quería que fuéramos novios me contestó “para que todo esté más bonito”, una respuesta de lo más abstracta. A mi no me gusta ser “la novia de X”, como si mi individualidad se transformara en otra cosa y dejara de ser Rosaura para ser la pertenencia de un hombre. No confío en que cualquier persona sea capaz de mantener su palabra y no creo en la monogamia absoluta, estoy muy segura de que a cualquiera nos puede llegar a atraer más de una persona y eso es normal, en una relación de noviazgo tradicional se interpreta como una traición sentir interés afectivo/sexual por alguien más que no sea la pareja y para mi eso resulta de lo más absurdo. El ejemplo más claro que tenía al respecto era el de mis papás que no pudieron mantener una relación perdurable de matrimonio, es decir rebasaron no solo las fronteras del noviazgo sino que transgredieron sus acuerdos nupciales. No los juzgo por separarse, pero desde mi punto de vista comprendí que es normal transgredir hasta los acuerdos de amor más grandes e importantes de la vida porque no se adaptan a la naturaleza humana, así que desde mi punto de vista era más importante construir las relaciones de pareja desde acuerdos que solo nosotros dos hubiéramos pactado, sin tomar mucho en cuenta los acuerdos sociales externos y arbitrarios que giran en torno a las relaciones románticas o amorosas, que no hacen otra cosa que presionar sobre el “deber ser” sin fundamentos congruentes.

Si algo puedo reconocerle a Raúl es que era una persona que sabía convencer, insistió en que sí iba a respetar nuestros acuerdos y fue así que comenzamos la relación. Teníamos la creencia mutua de que el amor era la fuerza más poderosa que podría cambiar todo, es decir mis problemas con la depresión y los miedos iban a sanar con su amor, así como las inseguridades y los miedos que él tenía se iban a poder sanar con mi amor y compañía. Así que los problemas que teníamos eran “la situación que teníamos que seguir trabajando”, eran las “evidencias de que aún nos faltaba más confianza”, es decir que la confianza no era suficiente pero que era algo que se construía mediante acuerdos, honestidad, comprensión, empatía, paciencia y sobre todo mucho amor. Fue vivir con la premisa de que “estábamos mal”, pero que “los momentos buenos eran más importantes y valía la pena seguir por la conexión que teníamos, porque vivíamos momentos increíbles como nunca antes con ninguna otra persona”, era como una adicción.
Decidí ir un psicólogo especializado en parejas, pues hubieron momentos en los que el dolor ya me rebasaba, había recaído en la depresión y tenía deseos suicidas otra vez; le dije al psicólogo que quería abandonar la relación pero que no sabía cómo, porque Raúl estaba pasando por una situación muy difícil en la que sus papás ya no lo toleraban y dejó de llegar a su casa para quedarse a escondidas en la mía; me decía que “yo debía apoyarlo porque eso es lo que hacen las personas que se aman, estar en las buenas y en las malas”, le dije al psicólogo que me sentía egoísta y traidora si lo soltaba en ese momento. Sacó un pedacito de cartón parecido a una regla o un termómetro y me leyó nivel por nivel comenzando por “¿te hace bromas hirientes?”, a lo que yo iba respondiendo una por una. La primera respuesta fue “sí”, “¿te chantajea?”, “sí”, “¿te miente?”, “sí”, y así fue descendiendo, hasta llegar a la última y más grave: “asesinato”.
El violentómetro es un instrumento que permite advertir sobre el grado de violencia del que puede ser víctima algún miembro de la pareja o ambos.*5 Yo estaba en la sección de alerta máxima, no porque hubiera atravesado por absolutamente todas las formas de violencia, sino porque había respondido “sí” cuando me preguntó si me había agredido físicamente y si me había forzado a tener relaciones sexuales, son 30 escalones en total y yo estaba apenas 2 niveles arriba de “asesinar”, que es la última y más grave consecuencia de la violencia de pareja.

La ENDIREH 2011 investigó sobre la prevalencia, frecuencia y magnitud de los diferentes tipos de violencia de género padecidos por las mujeres de 15 y más años infligidos por su esposo o pareja, en el medio en el cual se desenvuelven, como es el ámbito familiar, escolar, laboral y comunitario. Los resultados de la encuesta en Yucatán captaron la condición de violencia que han vivido 452 868 mujeres casadas o unidas de 15 y más años por parte de su pareja, y se hace referencia a dos momentos: a lo largo de su relación y en los últimos 12 meses previos a la entrevista. Al referir la violencia a lo largo de su relación se tiene que por cada 100 mujeres, 48 dicen haber vivido eventos violentos por parte de su pareja; esta proporción es mayor a la nacional, que indica 45 por cada 100 mujeres casadas o unidas de 15 y más años. *6
La violencia ejercida por otros nunca es culpa de la víctima, pero sí es importante saber cómo identificarla y saber poner límites para procurar el amor propio, que desde mi perspectiva es la máxima prioridad que tenemos como feministas y como personas. El amor sí es una fuerza muy poderosa que puede ser utilizada como base dentro de las teorías de construcción social y cultural, pero es muy importante entender que la prioridad soy yo como individuo, el impacto político, social y cultural se construye comenzando por mi. Si yo le ponía un alto a esa relación, le ponía un alto a seguir consintiendo comportamientos violentos que estaban dirigiendo mi vida hacia el suicidio; denunciarlo públicamente ahora contribuye a la construcción de una consciencia política en contra de la violencia de género. Para mi el amor propio es el aprovechamiento de mi potencial humano, perseguir la sabiduría entendida como la congruencia entre mis pensamientos, palabras y acciones, un viaje en el que descubro la verdad que existe en mi interior, si mi intuición me alertaba y me hacía dudar de las actitudes de un hombre, debía escucharme primero aunque no tuviera los argumentos lógicos claros, aprender a distinguir la intuición de mi ego, esa sombra que me atrapa en la ignorancia, el miedo, la mentira y el sufrimiento; entender que aunque la historia nos ha hecho creer que sus verdades sociales, emocionales, científicas, históricas, espirituales, culturales son las más válidas porque “los hombres son superiores que las mujeres”, aunque todo el sistema esté de acuerdo con las actitudes machistas violentas, si la intuición dice que la verdad es otra, es válido no creerles, es válido estar en desacuerdo y construir una realidad nueva que esté más apegada a la verdad que cada día se expone más y se comparte entre más compañeras, nos estamos jugando la vida y no nos damos cuenta de que nos traicionamos a nosotras mismas al no nos escucharnos.
Hoy en día no tengo ni la urgencia de una pareja, ni me cierro a desarrollar relaciones sociales de respeto, amor y acuerdos firmes, he comenzado un camino para sanarme con ayuda de profesionales, mis compañeras feministas han sido un respaldo fundamental en mi crecimiento, el cual duele porque hay que ponerle límites al ego, pero ya no permito que ese esfuerzo sea en vano. Ya no tengo pesadillas con hombres, el trabajo que he hecho en las terapias y en la práctica de un camino espiritual me han fortalecido el alma. Aún sigo lidiando con violencias en los espacios públicos, estoy trabajando en superar el miedo a enfrentarles, cada día me tomo más enserio la importancia que tienen los límites en las actitudes y valores sociales cotidianos, así como en los límites legales que protegen nuestro derecho a una vida libre de violencia. No me asusta ni me intimida enfrentar las ideas machistas de mis amigos o familia, ni me dejo dominar por el dolor que significa a veces perderlos, la vida me ha enseñado que toda pérdida tiene una ganancia, ganancias que resultan en circunstancias nuevas y desconocidas que ponen al ego a temblar, y me dice con su vocecita molesta: “¡Rosaura, no! Ya nadie te va a querer si no aprendes a ceder un poco ante la violencia, estás exagerando y siendo muy radical, aprende a vivir con ella o no vas a encajar en este mundo”. He aprendido a serme fiel, a encargarme de mi propia vida en vez de estar tirando mi energía en personas que contribuyen con los acuerdos sociales que validan el funcionamiento del patriarcado. Soy artista, tatuadora y feminista, por lo que el espacio en el que tatúo es abiertamente feminista, pienso que trabajar con el cuerpo a ese nivel de vulnerabilidad exige consciencia de los límites éticos, nos hace responsables de un impacto energético muy poderoso, por lo que me interesa corresponder a las personas que me dan su confianza con un espacio seguro libre de violencias y machismos, en el que inclusive hemos llegado a tener largas conversaciones sobre temas relacionados con el feminismo y tejemos redes de sororidad, es un tema difícil para hablar en cualquier espacio por las repercusiones sociales, o por la falta de interés y de dominio del tema, la importancia de hacerlo está en que transformamos la perspectiva de nuestros testimonios individuales en asuntos políticos.
Nuestras antecesoras lucharon para que tengamos derecho una vida libre de violencia, con igualdad, seguridad, libertad, integridad y dignidad, hagamos valer y respetar nuestros derechos, sigamos uniendo las piezas, continuemos su legado, el pasado les perteneció a ellos, pero el presente es nuestro.

FUENTES DE APOYO
2.     Panorama de violencia contra las mujeres en México.
3.     Comprender y abordar la violencia contra las mujeres. Organización Mundial de la Salud, 2013.
4.     Panorama de violencia contra las mujeres en México.
5.     Unidad Politécnica de Gestión con Perspectiva de Género http://www.genero.ipn.mx/Test/Paginas/Violent%C3%B3metro.aspx
Panorama de violencia contra las mujeres en M

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